Si ya resulta complicado clasificar una roca metamórfica relativamente homogénea, imagínate lo que será si esa roca aparece bandeada. Porque para poder clasificar dicha roca, primero hay que establecer el origen de esas bandas: si son heredadas de un protolito sedimentario o ígneo, si son generadas durante el metamorfismo (ya sea por deformación o por reacción), o si son posteriores.

Vamos, el típico infierno metamórfico, aunque algunos quieran quitarle hierro al asunto con aparentemente prácticos diagramas de flujo que, cuando los lees, no sabes qué camino tomar. Igualito que aquellas novelillas de “Elige tu propia aventura” en las que tu personaje siempre acababa muerto (y que, ya al tercer o cuarto intento, conseguías que únicamente perdiera el sentido y apareciera abandonado en una olvidada cuneta de una carretera secundaria).

Pero en raras ocasiones, los dioses de las profundidades metamórficas se apiadan de nuestra exógena existencia y nos permiten percibir de manera fugaz las sutiles maravillas del mundo endógeno. Hoy os presento uno de estos singulares momentos.
El extraño caso de la micro-meta-serie de Bouma
Mirad esta foto durante unos segundos

Pertenece a nuestra colección de alumnos y en ella se pueden apreciar dos zonas diferentes (las temidas bandas). A primera vista, la inferior, es algo más clara que la superior y en esta, además se concentran unos cristales grandes (porfiroblastos).
Las secciones cuadradas y las sutiles inclusiones oscuras en el centro de esos porfiroblastos sugieren que se trata de la variedad quiastolítica de la andalucita.
En cuanto nos percatamos de este aspecto mineralógico, nuestra mente ya debería poner en marcha la maquinaria de la geo-lógica metamórfica y plantearse (y responder) de manera simultánea las siguientes cuestiones:
1) La andalucita es un mineral alumínico. Necesita poca plagioclasa y muchos filosilicatos para formarse, ergo el protolito de la parte superior de la lámina es un metasedimento de composición pelítica.
2) Qué curioso que en la parte inferior no haya andalucita. Su ausencia podría deberse a un cambio en las condiciones de presión y temperatura o, mejor aún, a una variación en la composición de la roca. De hecho, el que esta parte sea más clara y más granoblástica, parece confirmar esta segunda posibilidad ya que sugiere un protolito más rico en cuarzo, con menos filosilicatos (y, por ende, menos aluminio). No podemos evitar que se nos escape el tópico: De donde no hay, no se puede sacar.
3) Respecto al origen de este composicional bandeado, lo primero que se nos ocurre es el proceso que acontece al transponer una fábrica plana por otra.

Durante el microplegamiento (o crenulación, estadios 3 y 4), la deformación se concentra en los flancos de esos micropliegues. El cuarzo, por procesos de disolución por presión, migra desde estos flancos a las charnelas de los micropliegues, donde hay menos deformación, y acaba por formar (estadio 5) una alternancia de bandas más ricas en micas y bandas más cuarzosas.
Y, sin embargo, no parece que este sea el caso. Nuestra roca no da la sensación de estar muy deformada. Más bien al contrario; la fina laminación que se observa en la parte inferior de la lámina sugiere que se han podido preservar delicadas estructuras sedimentarias originales.
Si tenemos en cuenta también que la andalucita es un típico mineral relacionado con el metamorfismo de contacto y que, en el transcurso de dicho metamorfismo, el factor principal es la temperatura, pero no la deformación, toma fuerza nuestra suposición de que se puedan conservar estructuras sedimentarias del protolito.
Como digo, todos estos diferentes argumentos tienen que bullir a la vez en nuestra cabeza. El resultado es darse cuenta de que probablemente estamos frente a los términos D y E de una secuencia de Bouma clásica.
Podríamos hablar de entonces de una blastosecuencia de Bouma.
Sí, amigüitos, estoy usando “blasto-” para una estructura heredada (cuando se supone que un porfiroblasto es un gran cristal de nueva formación durante el metamorfismo).
Y no, no es un error. Resulta que “blasto” tiene un significado diferente si se usa como prefijo o como sufijo. Si no te ha estallado ya la cabeza y no has emitido todavía el típico gemidito de “Jo, es que es muy difícil”, te cuento. En ambos casos se refiere a estructuras o características formadas durante el metamorfismo, pero como sufijo (“-blasto”, como en porfiroblasto) se usa para estructuras o características nuevas, mientras que como prefijo (“blasto-“, como en blastoporfídico) se usa para estructuras relictas, propias del protolito.
En la siguiente figura podéis ver otros ejemplos de estructuras sedimentarias preservadas durante el metamorfismo. La C se parece mucho a nuestro caso: una secuencia granodecreciente (de mayor a menor energía) que se traduce en una concentración de silicatos alumínicos (andalucita) en las partes originalmente más arcillosas.

Como siempre, las rocas metamórficas, cual abuelo Cebolleta, contándonos grandes historias sobre sus experiencias.

Esta publicación participa en el
XII Carnaval de Geología
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